Pasó el tiempo las charlas fueron muchas, muchas fueron las discusiones y muchas las cervezas que tomé, aprendí que un buen tinto es aquel que se comparte con los amigos y que nada tiene que ver con la cantidad de taninos o con el roble de la barrica que lo acunó, aprendí que una buena buseca si o si lleva mondongo y que llamarlo guiso de toalla merecía el cachetazo en la nuca, que el tiempo es tirano y que se lleva de la mano a casi todos por igual, aprendí a conocer a los amigos, yo tengo dos y eso según me dijeron es como sacarse el gordo de navidad, aprendí también que tenía tíos y padres sin consanguinidad alguna pero de consejos firmes y manos amables, aprendí a aprender, a escuchar sin hablar y a hablar sin gritar, aprendí muchas cosas, muchas cosas.
El tiempo y mi familia me hicieron emigrar hacia otros Lares, donde ni bares ni Pampas había y aún habiendo seguramente no hubieran podido igualar, aquel del color sepia, de las paredes pintadas con pintura al aceite, donde el fernet se tomaba puro y solo un poquito por que era digestivo, donde se podía hablar de política, de futbol o de religión en la mesa sin miedo a ofender ni a la crítica destructiva.
Después con algo mas de cuarenta octubres la vida me trajo de nuevo al barrio, vestigios de aquel que fue en otra época, de los grandes, ni el recuerdo, ya nadie habla de ellos, del bar solo un portón de madera y ahora una casa alquilada, el club, cede de mesas timberas, de noches de truco y tardes de bochas hoy se viste de Gym & Wather y es preciso pagar para entrar y tengo que hacer mucho para recordar donde estaba el escenario en el fondo de la cancha de básquet.
Vecinos ? si algunos hijos de, sobrinos de, nietos de, pero nadie a quien visitar y recordar viejas tardes de carnaval; la plaza hoy está sitiada de personajes que te prepean con la vista, como marcando territorio.
Donde quedó todo, donde están aquellos mis viejos amigos o amigos viejos que recordaban, bares, clubes, bailes, recorridos de tranvías y colegios hechos centros comerciales, donde están los chicos que mirando desde afuera buscaban la excusa para escuchar historias nacidas en barriales como el Abrojal, la Bomba o los callejones cerca de la cañada, donde aquella doñita hacia esas empanadas que valían el riesgo de meterse entre lupanares y cafiolos.
Donde quedo todo eso, donde.
Camino con mi hijo por las calles donde jugué, le muestro el viejo colegio nacional, vacío, sin guardapolvos blancos ni griteríos en la siesta, y la angustia me llena de lagrimas los ojos, pero hoy voy a vengar su recuerdo, no con palos ni con piedras, hoy voy a vengar la mesa de los cinco, voy a llamar a mis dos amigos, mis dos hermanos, los voy a invitar a tomar una cerveza en algún lugar no importa donde, y voy a instituir la mesa de los tres, hasta que encontremos alguien que se sume, alguien que tenga historias en el corazón y que no tema abrir la boca para hablar de política, futbol o religión en la mesa, lo voy a hacer por ellos, por mi, por mi hijo, para que alguna vez sea el “Panchito” chico que se sume cuando yo ya no esté.