viernes, 2 de marzo de 2012

Chachin

 
Me trajo años atrás el poder de la memoria, cuando dorado de siesta  la tarde se teñía, la viva imagen de aquel desdentado ser, vapuleado de alcohol , hirsuta la barba, bruno de piel, cristal de alma.
Perros, latas, cartones, botellas, inseparables, a la vez cruel compañía, ese que fue abandonado cuando la pendiente se hizo incómoda, por esos, esos que dijeron ser amigos para toda la vida, esos, esos que en la puerta del abismo con saña impávida lo empujaron para verlo rodar entre escombros.
Maloliente y desgarbado, sonrisa de cajón desvencijado, regalo para nosotros entre tanta plaza vacía, de valor engalanados acercábamos por vez primera al intocable, aquel que nuestros padres prohibieran con ahínco, aquel que dentro de sus harapos entre tapitas de colores y etiquetas de cigarrillos balbuceara un idioma por nosotros incomprendido pero lleno de amor.
Inocente ser, de sonrisa vacía con sonido a piano viejo, viajaba con la mirada al vernos  columpiarnos buscando el cielo con las manos, despegando los pies de la tierra buscando caminar en el aire sin tocar las nubes después del vertiginoso tobogán de madera, tal vez imaginando una infancia oculta ahogada de olvido y pena.
Una tarde, mágicamente, desapareció de la plaza para nunca más volver, buscamos debajo de cada árbol, entre los perros, los cartones y las latas, pasó el verano y el invierno fue mas cruel de lo normal, no hubo ceremonia, ni llantos, nadie hablo por él, nadie lo extrañó, 35 años después la memoria lo trae de nuevo, casi que me dan ganas de pasar por la vieja plaza a buscar su sonrisa desdentada, su abrigo impregnado de alcohol y pedirle alguna tapita de color para tener que patear camino de mi casa.
Que cosa extraña es esto de los recuerdos, tan profundamente escondidos, tan bellamente recuperados, son como esos tesoros en el fondo de algún barco hundido, esperando el momento oportuno, para que entre tanto manto de olvido volver a relucir como el oro.